lunes, 22 de marzo de 2010

Buena música

Mucho antes de que él fuera famoso empecé a admirar lo que hacía. Era una cuestión muy complicada ser una especie de fan de un amigo, con el que compartíamos tardes escuchando Steely Dan o sacando algunos temas de Charly o Spinetta. Pero sucede que a veces aparecían algunas canciones que lo despegaban de nuestra inocencia musical de esos días.

Nos juntábamos en el altillo de calle Balcarce, más tarde también en lo de mis viejos en Boulevard Oroño, a la vuelta. Una noche, muy tarde, en la cocina de ese departamento hicimos una canción juntos que lamentablemente no recuerdo. Algún cassette la tendrá guardada en algún lugar difícil de encontrar. Porque esa noche estaba el grabador Aiwa de mi viejo, que llevaba a la radio los domingos. Hablaba algo de un equipaje. Nombraba al grabador. Tenía en una parte de la melodía una bajada cromática bastante larga. Es todo lo que me acuerdo.
Después de esa noche en esa cocina, tuve un gran regalo de la vida que duró 10 años. Pasaron bares, teatros, giras, estadios y grabaciones increíbles. Fue un verdadero orgullo tocar con él.

Hoy escuché su flamante CD. Y aunque por suerte no me dedico a la crítica musical, me dieron ganas de escribir.
Es que tal vez, sin saberlo, estaba esperando esta música.
Llegó Limbo mambo. Con eso me alcanza. Una melodía de esas que te hacen acordar de cómo es ese raro asunto de componer canciones y emocionar.
Esos temas que te dan ganas de tocar. Cuando lo escuché me llevó por un rato a esos escenarios, cuando yo estaba atrás y a su izquierda disfrutando y de vez en cuando observando el extraño fenómeno que se generaba con su gente. Fue bueno estar ahí. Limbo mambo me llevó de nuevo ahí. Y por un instante, me colgué de nuevo la Fender Santa Rosa, cerré los ojos, y escuché al público cantar. Y enseguida aparecieron esas caras de felicidad de la gente en las primeras filas, las que las luces del escenario nos dejaban ver.

Buena música, Fito querido. De esa que hace bien al alma.
Brindo por Confiá.