Desde chico me gusta la magia. Me fascinaba no entender lo que pasaba, y que eso a veces pasara a centímetros de tus ojos.
Desde chico me hace bien estar con gente que sonríe. Porque una sonrisa te transmite energía, te contagia, te acaricia el alma.
Pocas veces esas dos cosas se combinan.
Yo tuve la suerte de conocer a alguien que las combinaba. Y muy bien.
Admiro el humor. Es un lenguaje que me hace bien transitar. Con este mago que sonreía lo hemos transitado muchas veces. En viajes, hoteles, incluso arriba de escenarios multitudinarios sin que nadie lo notara.
Hemos compartido música, hemos disfrutado con alguno de esos acordes que llegan en el momento que uno más los necesita. Hemos vibrado con arreglos de cuerdas que sonaban cuando tenían que sonar.
Y como decía recién, nos hemos reído mucho. Y eso no es poca cosa.
Gracias Mario por tu música, por tu cariño, por haberme hecho sentir un chico mirando cómo hacías un truco que jamás contabas. Y lo bien que hacías al no contarlo. Porque eras un mago. Un mago que encima tocaba el piano con pasión y que te llenaba el alma al escucharlo.
Voy a recordar siempre muchos momentos vividos, pero hay uno en particular que me llevo y que cada vez que lo traigo a mi memoria no puedo evitar sonreír. Hasta un día tan triste como hoy me hizo sonreír. Si pudieras leer esto sabrías de qué estoy hablando.
Gracias Mario. Fue un verdadero placer, un orgullo y una alegría, el haber compartido esos años con vos.
Te quiero mucho y ojalá que donde estés, estés bien.
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