jueves, 22 de abril de 2010

Viento y poesía

Había mucho viento en esa cuadra, muy cerca del río Paraná. Es que en ese lugar se arma como una especie de embudo, entre los edificios y el nuevo Registro civil, que atrapa por algunos metros ese viento que llega del río.
Estábamos con Fabricio y Luca esperando que se hicieran las 3, para tocar el timbre de la casa del Negro Fontanarrosa.
Qué hora es..? Las 3.

En el colegio me gustaba dibujar en los márgenes de las hojas. Sobre todo caras. Inspiradas, o mejor dicho, afanadas de los chistes y las historietas de Fontanarrosa. Me acuerdo que también me gustaba cerrar los cuadritos con el mismo trazo del dibujo, sin levantar la lapicera, como lo había visto tantas veces en sus trabajos.
Un día aprendí a hacer a Boogie el aceitoso. Pocos trazos, relativamente fácil de copiar, pero nunca lograba la expresión del Boogie original. Esa era la parte difícil.

Y en esa tarde de viento, estábamos por subir a la casa del genio. Nos habíamos saludado muchas veces, pero nunca había tenido la suerte de compartir alguna de sus charlas imperdibles.
Nos abrió la puerta su asistente y nos dijo que ya venía. Al rato apareció en su silla y nos saludó con mucho afecto y con su humor intacto.
Ya a esa altura dibujaba sin lápiz. Ya no le hacía falta.
Le mostramos algunos de los textos de Fabricio, para que eligiera uno que tuviera ganas de leer. Nos ubicamos frente a una mesa, frente a una gran ventana que miraba el río. Y al viento.
Prendí el grabador digital y empezó a leer. Los leyó a todos. Con muchas ganas. Como creo que debe haber hecho todo en su vida.
Fabricio estaba emocionado, y yo también.
Antes de irnos, ellos dos se abrazaron con la mirada. Fue un gran abrazo. Inolvidable. Lo ví.
Le agradecí inmensamente el haber querido participar en alQuìmica, le di mi abrazo y nos fuimos.
En el ascensor se escuchaba el silencio. Había una rara mezcla de emoción, de alegría, de admiración, y también algo de tristeza.
Me quedé con las ganas de contarle que siempre intenté dibujar a Boggie, que no me salía tan mal, pero que nunca había logrado su expresión.
Me quedé con las ganas de contarle que cerraba los cuadritos con el mismo trazo que venía del dibujo, sin levantar la lapicera.

Cuando salimos a la vereda, el viento seguía soplando. Y pensé en esa ventana. Y ahí entendí.
Él ya no necesitaba ni lápiz, ni tablero.
Él miraba por esa ventana y dibujaba con el viento.

FontanarrosaBoogie

lunes, 5 de abril de 2010

Componer y descomponer

Se me hace difícil cerrar las cosas. Prefiero abrirlas.
Tengo 15 canciones listas para ser editadas y cada vez que estoy por cerrar el arte de tapa con los nombres de los temas, aparece una canción nueva. Y digo… no la voy a dejar afuera… tanto tiempo sin grabar…

Es que aparecen en cualquier lugar y cualquier momento, sin ningún plan ni objetivo. Simplemente aparece una frase, una melodía, y ahí prendo el grabador del celular y guardo la idea. Para que no se vaya.
Estaba caminando frente al río y me vino a la mente una frase. “Ella tiene un millón de motivos para no despertarme si me quedo dormido”. Y no pude  parar. Apareció la melodía. Y llegué al estudio, escuché los ayudamemorias del celular, y en un par de horas estaba lista. Otra más. Ya van 16. Se llama “Ella está”.
Otra vez a cambiar el arte. La imprenta me tiene mucha paciencia.

Nunca voy a terminar de entender esto de componer. Pero no me molesta aceptar que es un don que me ha tocado. Porque aunque suene medio pedante decirlo, enseguida aparecen los dones que no me tocaron, y como son muchos más, deja de sonar pedante. No juego bien al fútbol, no cocino bien, no soy hábil con herramientas de ningún tipo, cuando nado estilo crol me entra agua en los oídos y me cuesta respirar sin hundirme un poco. En fin, son muchos los dones que no tengo, y no me alcanzaría un blog para nombrarlos a todos. Pero no puedo negar que me llevo bien con la música. Basta tener un piano, una guitarra enfrente para que aparezca algo. A veces interesante, otras veces no tanto, pero algo llega.
Hace muchos años escribí una canción que en el estribillo decía “Sólo te pido una canción”. Una canción de amor, pero que en algunas frases le hablaba a la inspiración. Para que no me abandonara. Para que me dejara al menos escribirle una canción más a ese amor, que aún hoy sigue estando al lado mío.

Y gracias a esa inspiración que sigue visitándome de vez en cuando, le escribí muchas canciones más. La última dice que ella tiene un millón de razones para no despertarme si me quedo dormido, pero también dice que a veces me despierta con un beso que significa mucho más que eso.

Igual, por las dudas, cuando me acuerdo vuelvo a cantar ese estribillo que escribí hace años. Sólo te pido una canción.
Una más y no jodemos más.

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